Jueves: Vortrag en el MUMOK
Andr�s Ram�rez Gaviria
p> Eran sobre las
cinco de la tarde cuando entré en la librería del Museum Quartier
para calentarme un poco. Di el mismo paseo que acostumbro, ojeando algunos libros
sin preocuparme mucho por otros – perfilando, mas que nada, la apariencia
del consumidor. En la sección de las revistas, ya saliendo de la tienda,
un joven de unos dieciocho años, con cara desinteresada, me dio una octavilla
azul.
“Tome!”, dijo sin explicar nada más antes de volver al lugar
donde un grupito de amigos, todos con octavillas, lo esperanban.
La hoja anunciaba:
MUMOK
Jeff Wall – Vortrag
2-Stöck
Sala B
7:00 pm
Me alegré
al instante. Sabía que no tenía tiempo suficiente para coger el
tren al estudio, terminar allí el trabajo que tenía pendiente y
volver nuevamente, antes de las siete, al Museo. Había encontrado la excusa
que buscaba: dejaría el trabajo para el próximo día.
Mucho se ha protestado
contra la arquitectura del MUMOK. La críticos la han denunciado como una
profecía a la decadencia. “ Digna de una sociedad en descomposición,
para cuerpos en descomposición…” , creo que leí en uno
de los periódicos locales. “ No por pura concidencia es Viena la
cuidad que engendró a Freud”, apuntaba otro. A lo mejor, en esta
ocasión, la crítica no se encontraba muy lejos de la verdad. Al
principio estaba en desacuerdo, pero con el tiempo y las visitas he ido inclinando
mi opinión hacia la de los escépticos.
La estructura del
museo es básicamente una piedra: nada llamativa y tremendamente impráctica.
No solamente repele estéticamente sino que, peor aún, desde un
punto de vista funcional es básicamente inaccesible. Con la entrada principal
en la cuarta planta, una persona con gusto por el arte moderno tiene que escalar
una montaña de escaleras antes de tener acceso a las obras que la ciudad
pone a su disposición.
El salón donde se llevó a cabo la charla, en la segunda planta
(en total caminé seis: cuatro para arriba, dos para abajo) no era muy
diferente al Museo en su fisonomía: compacto y oscuro, dándole
a uno – aun estando, en este caso, en el segundo nivel- la impresión
de permanecer hundido en un sótano. Fui el primero en llegar, una hora
antes del inicio.
En los asientos
de la sala había un folleto para los visitantes con información
sobre el artista. Compuesto de dos o tres páginas, se encabezaba con el
título: “Jeff Wall, el último modernista”.
Debajo de una de
las ilustraciones se podía leer algo como: “…aunque la teoría
es importante en la creación y apreciación del arte, la obra que
categorizaría como exitosa existe en una esfera que va más allá
de cualquier explicación teórica…”
Creo que en un rincón citaban también a Kierkegaard: “El ser
(la existencia) precede el conocimiento (la racionalidad)…”
El acto comenzó
con el moderador anunciando que no se trataba de una presentación, sino
de una conversación entre él y Jeff (su amigo). El iniciaría
la charla con preguntas (diez en total), que en realidad no serían interrogaciones
propiamente dichas, sino iniciativas para provocar un diálogo productivo.
Lo que a fin de cuentas significó mucha palabrería de su parte,
antes de formular lo que, efectivamente, terminaría siendo una pregunta.
¿Consideraría la experimentación de los sesenta y setenta
productiva o contra-productiva en la evolución de la fotografía
como género? ; ¿cómo explicaría la influencia de
la teoría de la estética de Hegel en su obra?; ¿qué
relación trazaría él entre su obra y la tradición
de la pintura de los últimos 500 años?… Y otras cuestiones por
el estilo.
Jeff Wall, por
su parte, se mostró directo en sus respuestas, atendiendo sobre todo a
los aspectos pragmáticos y formales de su fotografía.
Entre preguntas – las del moderador y las del público- y respuestas
–las de Jeff Wall- la presentación duró algo más de
dos horas. El cierre lo anunció el moderador, dándole las gracias
al fotógrafo por su asistencia.
Dejando a la mayoría
de los visitantes agolparse frente del podium por un autógrafo del artista,
me quedé sentado un instante mirando al moderador, que con un aire algo
arrogante intentaba acaparar algo la atención. Oí como le respondía
a un estudiante (seguramente de filosofía) que esperaba en turno su autógrafo:
“
El arte que le
interesa al artista no se presta a los debates de la teoría posmoderna”.
Me pareció excelente: en una charla moderada por uno de los más
prestigiosos teóricos del arte, se acentuaba la inutilidad de la teoría
en la apreciación del arte.
Parece que vagar
de vez en cuando por las librerías de Viena tiene sus recompensas.